Al nacer, en cada uno de nosotros existen dos grandes impulsos que nos mueven: el amor y la libertad. Sin embargo, estos impulsos han sido tan lastimados y violentados desde nuestra infancia, que se han convertido en obstáculos para nuestras relaciones con los demás, especialmente en las relaciones de pareja. 

Estas heridas, estas experiencias, se han convertido en filtros de visión, que nos impiden ver lo que sucede verdaderamente con uno mismo y con el otro (u otra). Vemos nuestras relaciones a través de unos lentes pintados por nuestras experiencias. Continuamente nos perdemos en conflictos, reclamos y estrategias que se convierten en una lucha eterna de poder, apartándonos más y más del amor e intimidad que tanto deseamos y necesitamos. Y alejándonos también de la verdadera libertad, producto de una conciencia superior, no de las estrategias que adoptamos para crearnos una “falsa independencia”. 

Cuando entramos en una relación importante, traemos con nosotros sin percatarnos de ello, una parte emocional que no maduró y que hoy conocemos como “niñ@s interiores” y en ellos, todas nuestras heridas de la infancia. Normalmente no estamos conscientes de ellas ni sabemos cómo enfrentarlas, como manejarlas. Han estado enterradas por años debajo de nuestras defensas. Pero en el momento que nos enamoramos, bajamos las barreras, las murallas que erguimos como defensa de nuestra parte vulnerable y entonces surgen las heridas. Esto puede ser algo muy doloroso y por eso cuesta tanto trabajo abrirse a nuevas relaciones, pero si entendemos el proceso, las relaciones se convierten en una gran herramienta de crecimiento.

Cuando nos abrimos al amor, la puerta del inconsciente se abre y surgen las heridas profundas de la infancia.  Es el tiempo perfecto para verlas y comenzar el proceso de sanación interior. Si escogemos no ver lo que pasa dentro de nosotros y preferimos culpar al otro, quejarnos de l@s demás, no hay sanación, no hay crecimiento, hay un bloqueo perene. Pero si decidimos enfrentar lo que hay adentro, la relación en ese momento puede volverse una gran forma de irnos sanando. 

Dos heridas muy importantes cuando nos abrimos al otro son:

Abandono y Engullimiento.

Frecuentemente una es más fuerte que la otra, pero siempre llevamos ambas adentro.

El abandono es una sensación de no estar obteniendo lo que necesito: conexión, apreciación, cercanía, caricias, seguridad. Algo falta. Falta el amor. Ese abrazo energético donde te sabes amado, amada, es una herida muy profunda, un hambre, una sed interna. Este trauma causado en nuestros primeros años desde el descuido y la inmadurez emocional de los padres creará en nosotros una dependencia extrema hacia personas externas. Nuestra niña, niño interior, está profundamente necesitado de apoyo, de amor y en esa inmadurez emocional, buscará afuera y tomará la personalidad del o la dependiente. 

 La segunda herida, también desarrollada durante la infancia, es el trauma creado por la falta de respeto, la sobre protección y el control de los padres y cuidadores significativos. Es esa sensación de que la otra persona interferirá con mi libertad. Cuando oigo “te amo” lo que escucho es “quiero controlarte, quiero poseerte, te quiero engullir.” Nace de un padre o madre que te utilizó para satisfacer sus necesidades emocionales. Padres sobreprotectores, dependientes emocionales o adictos, un ambiente donde imperaban los miedos. Muchas reglas inflexibles, tradiciones inamovibles. Moralidad, religión, culpas. También si fuiste un niño o una niña a quien le impusieron muchas responsabilidades.  Este trauma nos lleva a adoptar la personalidad del antidependiente o independiente fals@.

Es importante abrazar un profundo trabajo de terapia y auto indagación para poder sanar estas heridas y salirnos de cualquiera de estos patrones. Enfrentar nuestros miedos y aprender a abrirnos poco a poco a una relación sana y madura. 

Aura Medina de Vit

Talleres y Cursos en : www.aura-medina.com

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